Santa Bernardita Soubirous nació el 7 de enero de 1844 en Lourdes, un pequeño pueblo al sur
de Francia. Su familia era muy pobre: vivían en un molino abandonado y muchas veces no
tenían ni pan para comer. Bernardita era una niña humilde, de salud frágil y sin educación
formal, ya que pasaba sus días cuidando a sus hermanos o trabajando como pastora.
A los 14 años, su vida cambió para siempre. El 11 de febrero de 1858, mientras recogía leña
cerca de la gruta de Massabielle, tuvo la primera de 18 apariciones de la Virgen María.
Bernardita describió a la Señora como una joven vestida de blanco, con una cinta azul en la
cintura y un rosario en las manos. Aunque muchos dudaron de su testimonio, Bernardita nunca
se contradijo y siempre repitió con firmeza lo que había visto.
Durante las apariciones, la Virgen le pidió que rezara por los pecadores, que hiciera penitencia y
que se construyera una capilla en ese lugar. También le reveló su identidad el 25 de marzo
diciendo: “Yo soy la Inmaculada Concepción”, una afirmación sorprendente, ya que Bernardita
no conocía el significado de esa expresión dogmática, definida apenas cuatro años antes por la
Iglesia.
A raíz de estos hechos, Lourdes se convirtió en uno de los santuarios marianos más visitados
del mundo, y el manantial que brotó tras una de las apariciones es aún hoy lugar de oración y
curación para millones de peregrinos.
Bernardita, sin embargo, no buscó fama ni protagonismo. Rechazó todos los honores y, fiel a su
sencillez, ingresó en el convento de las Hermanas de la Caridad de Nevers, donde vivió los
últimos años de su vida en silencio, oración y servicio. Sufría intensamente de asma y
tuberculosis, pero nunca se quejaba. Solía decir: “No he venido aquí a ser feliz en la tierra, sino
en el cielo”.
Murió el 16 de abril de 1879, a los 35 años. Su cuerpo fue encontrado incorrupto años después,
y aún hoy puede verse en la capilla del convento en Nevers. Fue canonizada en 1933 por el
Papa Pío XI.
Santa Bernardita es un testimonio de cómo Dios se vale de los pequeños y sencillos para
revelar grandes misterios. Su vida nos enseña a vivir con humildad, fe y confianza en los planes
de Dios, incluso en medio del sufrimiento.