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9 de Mayo – Nuestra Señora de los Milagros

Un milagro que sigue sucediendo

El 9 de mayo de 1636, en la antigua ciudad de Santa Fe, el templo de los jesuitas fue testigo de un suceso inexplicable. Durante la oración matutina, el Padre Pedro de Helgueta, SJ, notó que el cuadro de la Virgen María —pintado años antes por el Hermano Luis Berger, SJ— comenzó a sudar abundantemente desde la cintura hacia abajo.

El sudor corrió hasta empapar el altar y el suelo. Testigos de la época, autoridades civiles y eclesiásticas comprobaron el fenómeno, que duró más de una hora. Los fieles, con fe sencilla, recogieron el agua en algodones… y pronto comenzaron a contarse sanaciones y signos de consuelo que no tardaron en atribuirse a la intercesión de María.

El hecho fue rápidamente reconocido como un milagro por el obispo Cristóbal de Aresti, y desde entonces, María fue venerada con un nuevo nombre: Nuestra Señora de los Milagros.

La devoción fue creciendo, incluso en tiempos de silencio forzado tras la expulsión de los jesuitas. Pero el pueblo nunca olvidó. En 1936, la imagen fue coronada pontificiamente y colocada en el centro del altar mayor del Santuario, donde sigue siendo hoy un lugar de encuentro, gratitud y fe viva.


María que consuela, María que sana

En un tiempo donde muchas personas sufren en silencio, buscan sentido, o atraviesan situaciones que no pueden resolver solas, la Virgen de los Milagros sigue siendo signo de ternura, compañía y esperanza.

No es solo una historia antigua: es un mensaje actual. Dios no se olvida de su pueblo. Dios camina con nosotros. Y muchas veces lo hace a través del corazón materno de María, que consuela, intercede y nos muestra a Jesús.


Para rezar y reflexionar

  • ¿Qué heridas en mi vida necesitan hoy el consuelo de María?
  • ¿Me animo a llevar a otros ante la Virgen, como los que acercaron enfermos con aquellos algodones?
  • ¿Qué “milagros” pequeños o grandes reconozco en mi camino?

Virgen de los Milagros.
en este tiempo de dolor e incertidumbre,

ayudanos a confiar.

Enseñanos a descubrir el paso de Dios,

también en nuestras lágrimas.

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