Santa Rita nació en el año 1381 en Roccaporena, una aldea montañosa cerca de Casia, Italia.
Sus padres, Antonio y Amata Lotti, eran ya de edad avanzada y sin hijos, por lo que consideraron a su hija única como un don especial de Dios. Desde su nacimiento, la rodearon signos prodigiosos: uno de los más conocidos relata que, mientras dormía en un cesto en el campo, un enjambre de abejas blancas se posó sobre ella sin causarle daño, depositando miel en su boca. Este hecho fue interpretado como un presagio de la dulzura de espíritu que caracterizaría su vida.
Desde pequeña, Rita mostró un gran amor por Dios y un deseo de ingresar a la vida religiosa.
Sin embargo, obedeciendo a sus padres, aceptó casarse con Paolo Mancini, un hombre
impulsivo y violento, vinculado a rivalidades familiares y políticas. Rita soportó con heroica
paciencia dieciocho años de humillaciones y maltratos. Nunca respondió con odio; su arma fue
la oración, y su constancia logró finalmente la conversión de su esposo. Poco tiempo después,
Paolo fue asesinado a causa de antiguas enemistades.
Sus hijos, Jacobo y Paolo, juraron venganza. Rita, angustiada, suplicó a Dios que los salvara del
pecado mortal, incluso si eso significaba perderlos. Ambos enfermaron y murieron poco
después, reconciliados con Dios. Rita ofreció este dolor en unión a la Cruz de Cristo. Libre de
sus obligaciones, quiso ingresar al convento agustino de Santa María Magdalena en Casia, pero
fue rechazada por ser viuda. Perseveró en su petición, y según la tradición, fue milagrosamente
admitida tras ser conducida una noche al interior del convento por sus santos protectores: San
Agustín, San Juan Bautista y San Nicolás de Tolentino.
Durante cuarenta años en el claustro, llevó una vida de oración, ayuno, penitencia y obediencia.
En 1428, al meditar ante un crucifijo, pidió participar en la Pasión de Cristo. Recibió entonces una herida profunda en la frente, como si una espina de la corona de Cristo hubiera penetrado su piel. La llaga, dolorosa y maloliente, la obligó a vivir apartada de la comunidad por varios años. Sin embargo, Rita aceptó ese sufrimiento como una gracia, un privilegio por amor a su Redentor.
Hacia el final de su vida, gravemente enferma y postrada, pidió a una parienta que le trajera una
rosa de su jardín. Era pleno invierno. Milagrosamente, la rosa fue hallada florecida entre la nieve y llevada hasta ella. Por esto, la rosa se convirtió en su símbolo. Murió el 22 de mayo de 1457, a los 76 años. Su cuerpo permanece incorrupto y es venerado en la Basílica de Casia.
Fue canonizada en el año 1900 por el Papa León XIII. Hoy es conocida como “la santa de lo
imposible” y es patrona de las causas desesperadas, de las esposas maltratadas, de las madres que sufren, y de todos aquellos que viven situaciones humanas sin salida aparente.
Santa Rita es testimonio de que el amor de Dios puede transformar el dolor en gracia, y la
desesperación en esperanza. Su vida fue un camino de fidelidad silenciosa, perdón heroico y
unión profunda con Cristo Crucificado.