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Vidas que inspiran: San José

San José es uno de los santos más importantes de la Iglesia Católica y, al mismo tiempo,

uno de los más misteriosos. Su vida está rodeada de silencio, pero su papel en la historia

de la salvación es fundamental. Fue elegido por Dios para ser el esposo de la Virgen María

y el padre adoptivo de Jesús, lo que lo convierte en el custodio de la Sagrada Familia.

Aunque los Evangelios dicen poco sobre él, la Tradición y algunos escritos apócrifos nos

han transmitido información valiosa sobre su vida y su misión.

Desde siempre, la Iglesia ha sostenido que San José era un hombre justo y fiel. Su linaje lo

conectaba directamente con el rey David, cumpliendo así las profecías mesiánicas que

anunciaban que el Salvador nacería de la casa de David. Sin embargo, a pesar de su

ascendencia real, José vivía con humildad y trabajaba como artesano. En los Evangelios se

le llama “carpintero”

, pero en el original griego se usa el término tekton, que puede referirse

también a un constructor o trabajador de la piedra. Esto sugiere que José podía haber

trabajado tanto la madera como la piedra, un oficio común en la región de Galilea.

Una de las características más impresionantes de San José es su obediencia silenciosa. A

lo largo de su vida, Dios le habló en sueños, y él siempre respondió con fe y prontitud.

Cuando supo que María estaba esperando un hijo, pensó en dejarla en secreto para no

exponerla, pero el ángel del Señor le reveló que el niño había sido concebido por obra del

Espíritu Santo. Sin dudar, José aceptó su misión y tomó a María como su esposa.

Posteriormente, cuando Herodes quiso matar al Niño Jesús, nuevamente un ángel le habló

en sueños, y sin demora llevó a su familia a Egipto, protegiéndolos hasta que fue seguro

regresar. Cada una de sus acciones refleja su profunda confianza en Dios y su dedicación

total a la familia que se le había encomendado.

Otro aspecto interesante de San José es que no se registra ninguna palabra suya en los

Evangelios. A diferencia de otros personajes bíblicos, su vida no está marcada por grandes

discursos, sino por obras concretas. Su silencio es un signo de su profunda vida interior y su

unión con Dios. Es el hombre que actúa con fe, sin necesidad de explicaciones, mostrando

así una espiritualidad basada en el trabajo, la responsabilidad y la confianza en la

Providencia.

La Tradición nos dice que San José murió antes de que Jesús iniciara su vida pública. Esto

se deduce del hecho de que no aparece en los relatos de la vida adulta de Jesús y que en

la cruz, Cristo encomienda a su Madre al apóstol Juan. La Iglesia ha visto en esta muerte un

signo de gracia, pues se cree que José falleció en los brazos de Jesús y María, motivo por

el cual es considerado el patrono de la buena muerte.

A lo largo de los siglos, la devoción a San José ha crecido enormemente. Santa Teresa de

Ávila lo promovió con gran fervor, asegurando que nunca le había pedido algo sin recibir

respuesta. En 1870, el Papa Pío IX lo declaró Patrono de la Iglesia Universal, reconociendo

su papel como protector del Cuerpo Místico de Cristo. En 2021, el Papa Francisco dedicó

un año especial a su honor, resaltando su importancia como modelo de padre y trabajador.

San José es también patrono de los trabajadores, los padres de familia, los inmigrantes y

aquellos que buscan una casa. En muchos lugares, se ha desarrollado la costumbre de

enterrar una imagen suya cuando se quiere vender una propiedad, como un signo de

confianza en su intercesión. Sin embargo, su mayor enseñanza no está en estos pequeños gestos, sino en su ejemplo de vida: un hombre justo, humilde y totalmente entregado a la

voluntad de Dios.

A pesar de la poca información que tenemos sobre él, su figura sigue siendo una de las más

queridas por los fieles. Su vida nos muestra que no es necesario hacer grandes gestos para

ser santos, sino vivir con fidelidad nuestra vocación, confiando siempre en la Providencia.

En un mundo lleno de ruido y protagonismo, San José nos enseña el valor del silencio, del

trabajo bien hecho y de la entrega total a la misión que Dios nos encomienda.

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