San Isidro Labrador nació en Madrid hacia el año 1082, en el seno de una familia humilde
dedicada al trabajo del campo. Desde pequeño se destacó por su profunda religiosidad, su
espíritu de oración y su vida sencilla. Huérfano de joven, comenzó a trabajar como labrador en
una finca de los señores Vargas, en las afueras de Madrid, donde se ganó la confianza de sus
patrones por su honestidad, laboriosidad y humildad.
Contrajo matrimonio con una mujer piadosa llamada María Toribia —luego conocida como Santa María de la Cabeza— con quien tuvo un hijo. Su hogar fue un reflejo de vida cristiana: juntos
vivieron en castidad, oración y servicio a los más necesitados. De hecho, uno de los milagros
más conocidos ocurrió cuando su hijo cayó en un pozo profundo; ante la desesperación, Isidro y su esposa se pusieron a rezar con fe, y el agua del pozo subió milagrosamente hasta la
superficie, devolviendo con vida al niño.
Isidro tenía la costumbre de comenzar sus jornadas con la Santa Misa y oración prolongada.
Algunos compañeros lo acusaron ante su patrón de descuidar el trabajo por rezar demasiado.
Cuando el amo fue a vigilarlo, quedó asombrado al ver que, mientras Isidro oraba, unos ángeles
guiaban los bueyes y continuaban la labor de arar la tierra. Este es uno de los milagros más
emblemáticos de su vida y simboliza cómo Dios multiplica los frutos del trabajo ofrecido con fe.
Otro de sus milagros fue el de la multiplicación de alimentos: cuando se encontró con un grupo
de mendigos hambrientos, vació su saco de trigo para compartirlo con ellos. Más tarde, al ir a
moler lo poco que le quedaba, el saco apareció lleno nuevamente. También se cuenta que en
una ocasión, mientras trabajaba en el campo, su amo, sediento, le pidió agua. San Isidro golpeó
con su bastón una roca cercana y de ella brotó un manantial de agua fresca, como ocurrió con
Moisés en el desierto.
Los milagros no cesaron con su muerte en 1172. A lo largo de los siglos, se le atribuyeron
numerosas curaciones, lluvias en tiempos de sequía y protección de los campos. Su cuerpo fue
hallado incorrupto años después y trasladado con gran veneración. En 1622 fue canonizado por
el Papa Gregorio XV, junto con grandes santos españoles como Ignacio de Loyola y Teresa de
Jesús. Su tumba se venera en la Colegiata de San Isidro de Madrid, y es patrono de la ciudad y
de los agricultores.
San Isidro nos recuerda que la santidad no está reservada a los grandes personajes o a quienes
hacen cosas extraordinarias, sino también a los que viven su fe en lo pequeño: en el trabajo
diario, la oración perseverante y la caridad generosa. Su vida fue una misa vivida con las manos en el arado y el corazón en el cielo.