Marco Enrique Salas Laure*
En el proceso sinodal, considero que los jóvenes tienen un papel crucial y un lugar privilegiado, como lo señaló el papa Francisco al destacar su capacidad para revitalizar y enriquecer la Iglesia. Esta relación entre sinodalidad y jóvenes, no inició expresamente dentro del marco del proceso sinodal de 2021, al contrario, hunde sus raíces en el proceso sinodal llevado a cabo en el año 2018 con el tema: Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional. En esta breve reflexión lo que me interesa indicar es el papel, lugar y tarea que se ha propuesto cada parte de esta relación vital: jóvenes-Iglesia.
En su exhortación apostólica Christus Vivit, el obispo de Roma les pidió ayudar a la Iglesia a mantenerse joven, evitando la corrupción, el estancamiento y el orgullo, y a estar cerca de los marginados, luchando por la justicia (ver Christus Vivit, 27). La reflexión del Papa en este documento entrelaza la juventud y la Iglesia en su insistencia en renovar la Iglesia. La juventud, los jóvenes, la pastoral con ellos y ellas, tiene la tarea — con la inspiración de Jesús y su Espíritu — de proponer un camino distinto para la comunidad eclesial al de aquellos que «quieren avejentarla, esclerotizarla en el pasado, detenerla, volverla inmóvil» (ChV 35). Sin embargo, esta renovación no vale de cualquier manera, al contrario, se hace bajo la consciencia de que renovación no significa «creer que es joven porque cede a todo lo que el mundo le ofrece, creer que se renueva porque esconde su mensaje y se mimetiza con los demás» (ibíd). Tal vez, la clave de la renovación que Francisco piensa en trabajo conjunto con la juventud tenga que ver con aquel famoso adagio que se escucha desde el Vaticano II: «[La Iglesia] es joven cuando es capaz de volver una y otra vez a su fuente» (ibíd). En todo caso, el proceso sinodal de 2018 parecía indicar que la invitación abierta a los y las jóvenes consistía en ayudar a que la Iglesia se mantenga cada vez más cerca de su fuente. Mientras que la invitación a la Iglesia es la escucha. Esto se podría decir en cuanto un primer nivel de la forma en la que se gesta esta relación. Sin embargo, se puede describir un poco más el asunto. En este sentido, para el Papa la Iglesia deja de ser joven y deja de nutrirse de ellos y ellas en cuanto «vuelve a buscar falsas seguridades mundanas» (ChV 37). Para alentar a una búsqueda apasionada y abierta, valiente y sensata, el Obispo de Roma sugiere que «hace falta crear más espacios donde resuene la voz de los jóvenes: «La escucha hace posible un intercambio de dones, en un contexto de empatía […]. Al mismo tiempo, pone las condiciones para un anuncio del Evangelio que llegue verdaderamente al corazón, de modo incisivo y fecundo»» (ChV 38). En esta dirección, el gran espacio del proceso sinodal (2021-2024) ha sido un laboratorio para este ejercicio de escucha, diálogo y reflexión; y una profundización — allí donde se ha tomado en serio — de aquello que quedo apenas descrito en el sínodo del 2018.
En todo caso, en los espacios pastorales donde se ha escuchado la voz de los jóvenes, la Iglesia ha sido enriquecida con preguntas pertinentes y ha escuchado el grito profético que señala áreas donde no ha sido coherente con el mensaje de Jesús. Además, esta escucha «implica que [la Iglesia] reconozca con humildad que algunas cosas concretas deben cambiar, y para ello necesita también recoger la visión y aun las críticas de los jóvenes» (ChV 39). Sin embargo, para no caer en optimismos fáciles y seguros — que, aunque parezcan buenos terminan siendo seguridades a las que nos aferramos — el contundente número 15 del Documento Final del proceso del sínodo de los jóvenes me parece clave:
un número consistente de jóvenes, por razones muy distintas, no piden nada a la Iglesia porque no la consideran significativa para su existencia. Algunos, incluso, piden expresamente que se les deje en paz, ya que sienten su presencia como molesta y hasta irritante. Esta petición con frecuencia no nace de un desprecio acrítico e impulsivo, sino que hunde sus raíces en razones serias y comprensibles: los escándalos sexuales y económicos; la falta de preparación de los ministros ordenados que no saben captar adecuadamente la sensibilidad de los jóvenes; el poco cuidado en la preparación de la homilía y en la explicación de la Palabra de Dios; el papel pasivo asignado a los jóvenes dentro de la comunidad cristiana; la dificultad de la Iglesia para dar razón de sus posiciones doctrinales y éticas a la sociedad contemporánea.
Lo único que vale la pena acotar de este numeral es que muchos de los elementos allí descritos forman parte de una reflexión que se viene escuchando desde las conferencias de América Latina (Ver Aparecida), es decir, parece que la Iglesia sabe esto hace mucho tiempo, sin embargo, no ha logrado moverse más allá del reconocimiento de lo que describe el Documento Final.
De todos modos, si parece clave seguir pensando e impulsando una Iglesia sinodal que no es otra que una Iglesia de la escucha que «a veces necesita recuperar la humildad y sencillamente escuchar, reconocer en lo que dicen los demás alguna luz que la ayude a descubrir mejor el Evangelio» (ChV 41). La escucha — de los jóvenes en este caso — tiene como objetivo que la Iglesia deje su posición normalmente defensiva y reaccionaria ante muchas de las realidades que no comprende. En este sentido, «aunque tenga la verdad del Evangelio, eso no significa que la haya comprendido plenamente; más bien tiene que crecer siempre en la comprensión de ese tesoro inagotable» (ibíd) y lo podrá hacer gracias, en una medida, a la voz de los y las jóvenes.
Un ejemplo del papel y el lugar de los jóvenes en la Iglesia sinodal es la escucha de los discursos — de toda una generación — sobre los derechos de las mujeres. La Iglesia, casi siempre desde una posición comprensible dentro de su propio cuerpo teológico, se muestra demasiado temerosa y estructurada; permanentemente crítica y señalando constantemente los riesgos y los posibles errores de estos discursos, reclamos y reivindicaciones. Sin embargo, para una Iglesia viva-sinodal-joven es fundamental que se preste atención a las legítimas reivindicaciones de las mujeres que demandan mayor justicia e igualdad. Incluso, recordaba Francisco: «puede recordar la historia y reconocer una larga trama de autoritarismo por parte de los varones, de sometimiento, de diversas formas de esclavitud, de abuso y de violencia machista» (ChV 42). Además, al abordar este tema, la Iglesia puede «hacer suyos estos reclamos de derechos» y, desde su cuerpo doctrinal, teológico y pastoral, dar «su aporte con convicción para una mayor reciprocidad entre varones y mujeres, aunque no esté de acuerdo con todo lo que propongan algunos grupos feministas» (ibíd).
¿Por qué resulta importante este ejemplo? Según el Obispo de Roma esta forma de abordar las temáticas: a) escucha de la voz de los y las jóvenes; b) reconocer los temas, preocupaciones e intereses sin la actitud reaccionaria; c) hacer suyos los temas; d) aportar a la reflexión no solo desde la condenación o el rechazo. Es la forma en la que reacciona «una Iglesia que se mantiene joven y que se deja cuestionar e impulsar por la sensibilidad de los jóvenes» (ChV 42).
Valdría decir una cosa más para finalizar. Los jóvenes, con sus diversos carismas y en diferentes comunidades, desafían a la Iglesia a adoptar nuevos estilos y formas de celebrar, vivir, profundizar y profesar la fe en Jesús de Nazaret y su propuesta evangélica. En este sentido, la dinámica sinodal de camino juntos, escucha mutua y discernimiento comunitario, puede llevar a reconocer en el seno de las propias comunidades, aquellos modos de proceder que vale la pena repensar para ejercer mejor la tarea del anuncio del Evangelio. Para que esto sea posible — dentro de los espacios juveniles — es fundamental trascender las categorías políticas y teológicas tradicionales para abrazar una teología de los carismas, donde se aprende y se enriquece cada uno mientras se valora la diversidad de dones que el Espíritu Santo derrama sobre la Iglesia. Esto permite construir comunidades más inclusivas y dinámicas. Con lo dicho, todos se deben comprometer en generar nuevas dinámicas relacionales que promuevan una Iglesia más sinodal y abierta a la participación de todos y todas.
*Marco Salas (03/May/1994): Laico panameño. Magíster en Creación Literaria por la Universidad Internacional de Valencia. Candidato a Bachillerato Eclesiástico en Teología en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, Colombia. Licenciado en Animación Digital por la Universidad Latina de Panamá. Su experiencia incluye la invitación como profesor en cursos y espacios de reflexión teológica en diversas instituciones destacadas, como la Maestría en estudios teológicos contemporáneos de la Facultad de Educación y Humanidades de la Universidad Católica Luis Amigó en Medellín, y la Cátedra Carlo Maria Martini del Departamento de Teología del Centro de Teología e Ciências Humanas (CTCH) de la PUC-Rio, Brasil. Además, ejerció como profesor de Teología en Formación Continua en el Centro Sofía de la Universidad del Sagrado Corazón de Jesús en Puerto Rico. También participó como misionero digital en el Sínodo Digital de 2022, un evento que se llevó a cabo en el contexto del proceso sinodal, bajo el auspicio del Dicasterio para la Comunicación del Vaticano. En la actualidad, desempeña el cargo de Digital Project Manager en Formación Continua de la Escuela de Teología y Ministerios del Boston College, ubicado en Estados Unidos; y en el Centro Sofía de la Universidad del Sagrado Corazón, ubicada en Puerto Rico.