Cada 11 de febrero, la Iglesia celebra a Nuestra Señora de Lourdes, recordando las apariciones de la Virgen María a Santa Bernardita Soubirous en 1858. En una pequeña gruta de Massabielle, en Francia, María se mostró a una joven sencilla y de corazón humilde, presentándose como la Inmaculada Concepción. Desde entonces, Lourdes se ha convertido en un lugar de peregrinación y encuentro con la misericordia de Dios, donde miles de personas han encontrado consuelo, fuerza y sanación.
El mensaje de la Virgen en Lourdes es claro y profundo: oración, conversión y confianza en Dios. No prometió una vida sin sufrimientos ni dificultades, pero sí señaló el camino de la fe y la esperanza. En la gruta, hizo brotar un manantial de agua que ha sido signo de sanación para muchos, recordándonos que en Cristo encontramos la verdadera fuente de vida y renovación.
A lo largo de la historia, innumerables testimonios han dado cuenta de milagros físicos y espirituales ocurridos en Lourdes. Pero más allá de las curaciones extraordinarias, lo que esta fiesta nos invita a contemplar es la sanación del corazón. Todos cargamos heridas, visibles o invisibles. Algunos llevan enfermedades o dolores físicos, otros sufren por el peso de la soledad, el miedo, la culpa o el desánimo. La Virgen de Lourdes nos enseña que no estamos solos en nuestras batallas, que Dios nos sostiene incluso en los momentos más oscuros, y que su amor es capaz de transformar nuestras fragilidades en camino de gracia.
Lourdes es también un símbolo de servicio y entrega. Allí, miles de voluntarios dedican su tiempo y esfuerzo a acompañar a los enfermos, reflejando el rostro compasivo de Cristo. La Virgen nos llama a ser también instrumentos de sanación, a sostener con nuestra oración y nuestro cariño a quienes atraviesan el dolor, a estar atentos a quienes nos necesitan y a llevar esperanza donde parece que solo hay sufrimiento.
Que en esta fiesta de Nuestra Señora de Lourdes podamos presentarle a María nuestras heridas y confiar en su intercesión. Que su ternura nos ayude a creer que Dios puede hacer nuevas todas las cosas. Y que nuestra oración sea:
María, Madre de la esperanza, enséñanos a confiar en el amor de Dios aun en medio del dolor. Conduce nuestro corazón hacia la verdadera sanación, aquella que nos hace vivir con fe y alegría, sabiendo que somos amados por el Padre.